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Revolución, resistencia y resiliencia. Tres formas de querer cambiar el mundo y un triste final…o no

  • Aitor Diaz-Maroto Isidro
  • 11 may 2021
  • 6 Min. de lectura

Quizás resulte extraño que, en el año 2021, haya gente que se dedique todavía a reflexionar sobre cómo cambiar el mundo en lo económico, político, cultural, social, etc. Ni los diversos movimientos obreros, ni las diferentes alternativas de izquierdas o derechas, ni siquiera aquellos movimientos sociales y de base que alzaban su voz para “asaltar los cielos” parecen haber conseguido su objetivo de hacer de este un mundo mejor. Quizás toda esta reflexión debería iniciarse por saber qué es un mundo mejor o hacia dónde queremos llevar este mundo para que mejore, al menos, lo justo para que no lo acabemos destruyendo. Suena pesimista, lo sé, pero no por ello es menos importante. Cambiar el mundo, mejorarlo, hacerlo al menos más habitable sigue siendo una utopía que parece que no termina de llegar nunca (y, si me apuráis, no llegan ni los caminos hacia esa utopía). Durante siglos y décadas, el ser humano ha intentado por todos los medios posibles mejorar su situación en la tierra sea cual sea esta: comer, trabajar, conseguir vivienda, mejoras económicas, etc. ¿Siempre lo ha conseguido? No, obviamente no. Ese mantra tan repetido en torno a que vivimos en un mundo mejor que el de nuestros antepasados es relativamente capcioso. Sí, en muchas cosas hemos mejorado, pero siguen existiendo muchos puntos de fuga donde no se termina de advertir una mejora real o, al menos, cualitativa.


Con el paso del tiempo, ha ido cambiando la actitud que mostraba hacia las modificaciones que se iban produciendo en su entorno y, sobre todo, a las estrategias para producir ellos mismos cambios. Esta actitud podría resumirse en tres grandes vocablos: revolución, resistencia y resiliencia. Y es que, si lanzamos un vistazo hacia la historia más reciente de la humanidad, se pueden observar unos puntos clave, unos hitos, que nos permiten analizar estos cambios que han hecho que la gente ya no quiera cambiar el sistema o, simplemente, resistirse a ciertos giros bruscos.


El primero de los puntos o actitudes, la revolución, podríamos decir que comienza con los grandes procesos revolucionarios del siglo XVIII. Sin embargo, no vamos a ponernos tan puristas y vamos a intentar acercar más a nuestros días el inicio de este periodo: 1917 es, con todas las pinzas y excepciones que queramos ponerle, el año en el que se inaugura el ciclo revolucionario más actual. La revolución bolchevique que dio paso a la extinta Unión Soviética y a la expansión del comunismo por todo el planeta es el pistoletazo de salida de un periodo en el que se dan dos circunstancias clave: existe un grupo suficiente de personas dispuestas a querer cambiar el mundo y se ha creado una estructura teórica utópica que permite llevar a cabo (o, al menos, intentarlo) esa misión. Se puede estar más o menos de acuerdo con los postulados marxista-leninistas, pero es común a todo el mundo que esta es la teoría política que, en la historia más reciente, ha impulsado un mayor número de movimientos revolucionarios en este planeta. Al César, lo que es del César. Todo el mundo tenía claro, desde ese momento, que la forma de cambiar el sistema imperante a nivel nacional e internacional era mediante una ruptura traumática y radical con lo anterior para construir algo completa y absolutamente nuevo. Además, si nos acogemos a las teorías de Hannah Arendt, estas revoluciones tendían a ser cada vez más violentas que las predecesoras, por lo que tenemos ahí un escollo importante que podría hacer rechinar a más de uno los dientes. El factor de la violencia es también un punto clave de todo el planteamiento de este artículo. Y es que, el paulatino abandono de esta estrategia a favor de vías democráticas y pacíficas fue, desde dicho punto de vista, el motor que permitió que se produjesen estos cambios de paradigma: según disminuía la utilización de la violencia para conseguir el cambio social, político y económico, se iban produciendo cambios estratégicos que acaban terminando con esta era de la revolución. Para el caso de esta “etapa revolucionaria”, su año final está en torno a 1968.


En este periodo, se comienza a observar el cambio de la revolución a la resistencia. En primer lugar, los sucesos que acontecieron en los diferentes “68’s” que se sucedieron a lo largo y ancho del planeta supusieron el fin de las grandes utopías. Fueron pocos los grandes triunfos que se sucedieron de las agitaciones estudiantiles y obreras que pretendían dar un nuevo soplo de aire fresco a la sociedad revolucionaria. Lo conquistado estaba bien, pero había que ir más allá. Sin embargo, es necesario considerar que, como hemos visto con anterioridad, hay dos patas que explican esto. La teoría o utopía había prácticamente desaparecido de las mentalidades colectivas en 1968. El socialismo o comunismo se había convertido en un nuevo enemigo a batir en muchos países, había perdido su esencia utópica y se estaba deslizando por la ladera de la sistematización. Sin embargo, no había surgido una nueva forma de pensar o teoría que proporcionase algo de luz y, poco a poco, los últimos coletazos de la revolución daban paso al periodo de la resistencia. Igualmente, ejemplos como el mayo del 68 parisino demostraron que la sociedad global no terminaba de ver con buenos ojos la violencia como forma de catalizar el cambio en el sistema imperante. 1968 supuso el comienzo del fin de las utopías, de la búsqueda de un nuevo mundo mejor, iniciándose un sentimiento de resistencia hacia los cambios que ponía a los utópicos a la defensiva contra un sistema que comenzaba a desmontar todo el andamiaje conquistado.


Esta resistencia se caracterizaría, principalmente, por la ausencia de un programa de futuro y una actitud volcada a un “salvemos lo que podamos”. El año 2008, la crisis económica mundial y la imposición de la austeridad y los recortes en el Estado del Bienestar occidental son, sin lugar a dudas, el punto de inflexión que acabó con esta forma de ver la lucha por cambiar el mundo. Ahora, sin una teoría utópica a la que seguir, sin una fuerza organizativa que te permita enfrentar y resistir al sistema, solamente quedaba una cosa: adaptarse a los cambios, no ser partícipe de ellos. Llegaba el turno de la resiliencia. La entrada en juego de la conocida como “revolución neoliberal” ha supuesto un giro de posiciones bastante importante: aquellos que antes jugaban el papel revolucionario, habían pasado a la resistencia y a la aceptación de lo que ocurriese; mientras que los sectores considerados tradicionalmente más próximos al sistema político, social y económico occidental comenzaban a salir de la resiliencia, pasando por la resistencia y cogían la batuta de la revolución. Se produjo un cambio conjunto de papeles: los revolucionarios pasaron a resilientes, y los resilientes a revolucionarios. Quiero aquí matizar que, a lo largo de este texto, utilizaré el término resiliente según la acepción de la RAE que dice “Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos” (2). Aquellos utópicos soñadores pasaban a ser protagonistas de una loca carrera por adaptarse a unos cambios tan profundos y fuertes que dejaron consternados a la mayoría de la población. Conquistas dadas por imperturbables e incuestionables comenzaban a desmoronarse y los antiguos resistentes y revolucionarios simplemente jugaban a ver quién se adaptaba mejor a las nuevas situaciones. El lenguaje jugó un papel importante: ya no había huelgas, solo “conflictos laborales”; las guerras se transformaron en “intervenciones armadas”; una manifestación era una “concentración”; y el uso de la violencia se convirtió en la deslegitimación de cualquier reivindicación. Adaptarse o morir. Y el sistema económico, político y social lo sabe tan bien que es capaz de absorber cada movimiento exógeno que lo intenta poner en duda.


¿Cuál es, pues, el siguiente escalón? Si hemos pasado de querer cambiar el mundo a defender las conquistas logradas y a adaptarnos a un mundo sin utopías ni proyectos que vayan más allá de una legislatura, ¿qué futuro nos espera? La capacidad del sistema actual de absorber disidencias es increíblemente potente y hace que las pequeñas luces de esperanza que puedan surgir acaben entrando en la rueda una y otra y otra vez. Lo absorbe todo y lo acaba vendiendo como una evolución positiva que no termina de serlo. Nos quedamos como estamos y seguimos adaptándonos observando cómo el sistema tiene un nuevo apellido cool. Sin embargo, la vuelta al uso de la violencia en ciertas movilizaciones o como instrumento para conseguir ciertos derechos (siempre dentro de un marco de baja intensidad y de rechazo mayoritario de esta vía) hace pensar que, igual dentro de unos años, se vuelva a cierta sensación de resistencia para intentar salvar algo de lo que queda. No es la mejor opción para conseguirlo, desde mi punto de vista, ya que violencia genera violencia y la espiral surgida de estos procesos nunca, jamás es buena. No obstante, parece que las grandes masas sociales comienzan a inclinarse hacia esa vertiente. Pero ¿dónde la esperanza de un futuro? ¿Cuándo dejaremos las piedras y balazos, y nos pondremos a construir una alternativa de futuro real? Dicho de otra manera: ¿DÓNDE ESTÁ LA UTOPÍA?


Notas:

(1): Esta reflexión surgió a raíz de un tuit de @GuerranelaUni (07/10/2020) que señalaba este mismo proceso evolutivo de revolución-resistencia-resiliencia. Localizado en el siguiente sitio web: https://twitter.com/GuerraenlaUni/status/1313871234791354369. Última visita realizada el 07/05/2021 a las 11.37. Va desde aquí mi agradecimiento y reconocimiento por despertarme la reflexión que ahora puedes leer. Mientras este perfil señalaba la sensación de que “con sobrevivir nos conformamos”, yo he intentado girarlo hacia la necesidad de buscar nuevas utopías e ideas de futuro que ayuden a reactivar una conciencia de cambio en la sociedad.

(2): Definición extraída del siguiente sitio web: https://dle.rae.es/resiliencia. Última visita realizada el 07/05/2021 a las 11.37.


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